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El hombre del tapado

El tapado embarrado le rozaba los tobillos, moviéndose al compás del viento. Solía usar ese tipo de vestimenta para trabajar, tapados largos y oscuros, encima de la camisa y el pantalón de vestir, acompañado de un sombrero que le hacía juego, siempre combinando los colores. Miró el reloj en su muñeca izquierda, faltaban 5 minutos para las 11 de la noche. Se pasó la manga por la frente perlada de sudor, mientras lamentaba haber elegido un tapado tan largo para un día de lluvia, y más aún teniendo en cuenta que se encontraba en un barrio en el que las calles solían inundarse. Permaneció impávido, con la espalda reposada contra la pared de lo que antiguamente había sido un restaurante pero que ahora permanecía cerrado, al igual que la mayoría de los locales de la cuadra. Los grafitis en las paredes y persianas daban cuenta del abandono del lugar. Volvió a mirar el reloj, los segundos transcurrían demasiado lento. Siempre le pasaba, se volvía impaciente cuando tenía que esperar, aunq...

Aletargado

  Otra vez esa presión en el pecho. Ya no le sorprendía, pero no por eso dolía menos. Bajaba el sol y una roca de plomo se le instalaba en los pulmones, oprimiéndolos y ahogándole la respiración. Sentía como las lágrimas estaban a punto de brotar de sus ojos, como en cascadas. Imposible contenerlas, ya lo había intentado. Intentó por días reprimirlo. Intentó simular estar bien, ser feliz, quiso convencerse de que no era nada más que un mal día. Pero ese mal día se transformó en una mala semana y dio lugar a un mal mes, y ahí estaba de nuevo, acurrucado en la cama, sobre la frazada azul que tanto le gustaba pero que en ese momento era lo más insignificante del mundo. Desde un costado de la habitación, el perro lo miraba algo desconcertado, pero hasta el mismo Nilo ya parecía no sorprenderse del ritual de cada día en el que su compañero humano caía tumbado y derrotado, gimiendo como en agonía con pequeños gritos y mucho llanto. Los pensamientos le golpeaban la sien, todos junto...

Del otro lado

  Algo no encajaba en el ambiente. Era su casa, sí. La mesa redonda del comedor con las llaves encima, justo donde las había dejado cuando regresó del trabajo, sobre el mantel negro floreado. Las sillas metidas debajo la mesa, acomodadas prolijamente, la cama de Lobo en un costado, pero él no estaba ahí. Seguro había salido al patio, ya que le encantaba dormir la siesta echado al sol. Parecía todo normal, excepto una cosa. Veía como si estuviera borroso, como si una muy tenue niebla se esparciera libremente por el comedor de la casa atenuando los colores. Maia movió la mano en el aire delante de la cara para espantar la niebla, pero nada cambió. Optó por asomarse al jardín por la puerta doble de vidrio que había quedado abierta. Las cortinas se movían dejando entrar una cálida brisa que, al acercarse, le acarició las mejillas. Como era de esperar, Lobo estaba completamente despatarrado durmiendo en el patio, no se despertó cuando ella se asomó así que volvió adentro para no mol...